- Milena Demezzi
La vida en La Milpa
Debido a su ubicación central en Centroamérica, Costa Rica siempre ha sido marcada por la migración. En los últimos años, la tasa de migrantes en Costa Rica se incrementado considerablemente a causa de refugiados del norte de Centroamérica que han migrado al sur. Especialmente en el 2018 debido a protestas a nivel nacional en Nicaragua, muchas personas emigraron a Costa Rica. Solo en 2020, de un total de 12,654 migrantes que llegaron a Costa Rica 9,416 fueron nicaragüenses.
En el distrito de Heredia, La Milpa, en el que se ubica mi proyecto, se puede vivir de cerca este incremento en el número de migrantes. Para ilustrar esto con más detalle, me gustaría contar la historia de una de mis colegas. Klarissa, cuyo nombre ha sido cambiado por seguridad, y su familia llegaron a Costa Rica desde Nicaragua hace muchos años cuando ella era muy joven. Cuando llegaron a Costa Rica, su madre no podía encontrar un trabajo para costear su vida. Además, la familia tuvo que construir ilegalmente una pequeña casa de lámina con tres habitaciones en La Milpa para los siete miembros de la familia. En su casa ni siquiera tienen sillas, mesa o sillón, solamente poseen un par de camas y un armario. Al igual que ellos, muchas familias de migrantes viven ilegalmente en Costa Rica ya que es muy difícil y caro poder obtener la ciudadanía.
Debido a su situación ilegal, muchos migrantes no pueden encontrar un trabajo formal con prestaciones y seguro médico. Para muchos las únicas opciones para salir adelante son trabajar ilegalmente en secreto con un salario mínimo aceptando la corrupción, emprender algo por cuenta propia vendiendo víveres de casa en casa o incursionar en el narcotráfico. Así como la familia de Klarissa, muchos migrantes han elegido esta ruta migratoria que atraviesa La Milpa. Esta alta afluencia de migrantes se ha convertido en un gran problema de seguridad y es la razón por la que Klarissa nunca puede sentirse segura, ni siquiera en su propia casa. El problema del narcotráfico va mucho más allá del tráfico de drogas que tienen lugar en La Milpa e incluya la violencia que resulta de las rivalidades que surgen entre los grupos que tratan de controlar el tráfico de drogas en la región. Esto resulta en opresión, explotación y amenazas a migrantes por parte de los grupos delictivos.
Otra consecuencia muy triste del narcotráfico es el alto número de drogadictos en muchas de las familias de migrantes. El hecho de que estas familias provienen de entornos pobres con un muy bajo nivel educativo provoca que los individuos caigan en un círculo vicioso al buscar soluciones en las drogas. Es así como la adicción a las drogas se “hereda” de generación en generación y no es raro que incluso los abuelos sean adictos.
Gracias al proyecto “El Refugio”, Klarissa y sus hermanos han tenido la oportunidad de asistir a la escuela en busca de un mejor futuro. Sin embargo, hay muchos niños migrantes que no tienen este privilegio. En Costa Rica los niños, incluso aquellos que viven ilegalmente, tienen el derecho y la obligación a la educación. Sin embargo, muchos niños viven en el país sin que el estado lo sepa, por lo que las autoridades no pueden dar el seguimiento para exigirles asistir a la escuela. Además, debido a su adicción a las drogas, muchos padres no pueden enviar a sus hijos a la escuela, por lo que estos pasan todo el día en la calle. Es ahí donde desde una edad muy temprana, por la necesidad de aprender a sobrevivir, se ven involucrados en actividades delictivas o de consumo de drogas. Es por ello por lo que los niños migrantes están expuestos a peligros como el secuestro, abuso o agresión desde una edad muy temprana. A menudo, los niños ni siquiera están seguros en su propia casa. Por ejemplo, si los niños poseen objetos (libros, ropa u otras cosas), a menudo tienen que esconderlos de sus propias familias ya que de lo contrario estás se los podrían quitar para venderlos o destruirlos.
Además de la falta de educación, los niños y sus familias que viven en La Milpa no tienen muchas expectativas de un futuro mejor. Muchos de ellos nunca abandonan su barrio debido a que no están familiarizados con el país al que migraron y mucho menos con el resto del mundo. Para ellos, un país cómo Alemania se siente como un planeta diferente. Para mí siempre es muy impactante ver a niños de 14 años que no han aprendido a escribir, apenas están aprendiendo a sumar y que no saben dónde está Europa. El hecho de que los niños migrantes no tengan una residencia legal en Costa Rica limita aún más sus posibilidades para el futuro ya que a pesar de que estudien no podrían trabajar. Por ejemplo, a Klarissa le gustaría convertirse en maestra de escuela primaria, pero le es imposible hasta no tener una residencia legal.
Además, muchas familias migrantes suelen ser tan pobres, que incluso carecen del dinero para pagar el autobús para transportarse al trabajo o la escuela. A primera vista los costos del transporte público en Costa Rica pueden parecer extremadamente baratos en comparación a los costos en Alemania. Por ejemplo, el costo de un viaje en autobús de X horas desde la capital San José hasta una ciudad en la costa es de aproximadamente 5€. Sin embargo, para muchas personas es imposible costearlo. Conocí a una familia que tiene tan poco dinero que el padre tiene que sopesar si toma el autobús de ida o de regreso a su trabajo y siempre tiene que caminar en un sentido la ruta de 15 km.
Me resulta una experiencia muy abrumadora y formativa ver y conocer esta pobreza absoluta y esta forma de vida. En un país industrializado como Alemania, con demasiada frecuencia olvidamos las circunstancias en las que viven otras personas. Nunca podría haber imaginado la pobreza y las condiciones que veo aquí. Es una experiencia única para mí y me muestra cada día el lujo en el que crecí.